jueves, 27 de septiembre de 2012

Cuento

La muy puta

Recuerdo haberle hecho el amor solo un par de veces, eso si con ganas y desenfreno, sin embargo la muy puta se fue con otro. Hicimos el amor sin compromisos, desnudándonos sin vergüenzacon cierto salvajismo, comiéndonos a besos, con la lengua sin rumbo, sudando sobre su frente, puta madre y yo me acuerdo de eso ahora, pero yo insisto la muy puta se fue con otro pero yo pensé que se quedaría, que vendría a visitarme por tercera noche consecutiva,  al pequeñísimo apartamento en el que vivo, pero no, me quede bañado y algo perfumado, la esperé hasta las doce, con ansias, con desesperación, fumando una cajetilla de cigarrillos fuertes en fila, bebiendo ocho cervezas al hilo. Y no quedo más pues, que volver a dormir sobre el colchón aquella vez más duro, más frio, y soñarla desnuda sobre el lechoputa madre y yo me acuerdo de ella ahora. Ayer quise llamarla, juro que me quemaban las manos por marcar su número, para escuchar su chillona  voz de putona, pero no, no me deje vencer, marqué mejor el número de mi único amigo, Dieguito buen muchacho como suelo llamarlo, para invitarlo a mi apartamento y emborracharnos hasta relativamente morir, porque no hay nada más penoso que embriagarse solo. Y ahora escribo esto y me duele la cabeza, como que late, como que se quiere reventar, pero eso no importa, lo que interesa es que la muy puta se fue y no ha vuelto y estoy seguro que no volverá, porque la vi hace tres días apoyada a un árbol besándose con un individuo más grande y fuerte que yo, y ahora que son las diez de la noche, y ahora puta madre que mi pluma que no es de ganso ni de gallo escribe pendejadas, ahora ella estará gimiendo, disfrutando, mordiendo la almohada, mientras yo engordo la panza con cerveza y chaulafan que mando a comprar en el chifa de la esquina y me jodo los pulmones con este tabaco de mierda que es más barato y mas malo que los marlboro que suelo fumar cuando las cosas van mejor, y tu sudando a cuentagotas y yo soñando que puedes volver por alguna caricia que quizás solo yo te di o quizás algún beso que solo yo te puedo dar, pero no, eso es inaudito, porque no reconocerás, porque no diferenciaras mi recuerdo entre tanto tumulto de caricias, de besos, de abrazos, de hombres que han resbalado por tu cuerpo, como agua sobre la piedra, y mira que hasta te tuteo, y mira que ahora lo que escribo ya va dedicado para ti, ya es personal, ya no escribo como al inicio, como tratando de alejarte, de no nombrarte, de hacer más universal lo que escribo, de escribir ella se fue y no te fuiste. Pero mejor vuelvo a aludirte en tercera persona, porque suena mejor, porque esto nunca llegaras a leerlo, tal vez lo lea mi amigo Diego, los amigo de él, los amigos de los amigos de él, pero tu no, eso te lo aseguro, aunque igual a ti no te interesara leerlo, si ni las dos noches compartidas tienen algún peso en tu memoria, en tus nostalgias.        
Siempre quise ser escritor y se lo dije a ella en la segunda y última noche, en los marasmos del amor mientras fumaba un cigarrillo, y ella se volteó de lado dejándome extasiar con su imponente figura llena de curvas, quizás cansada, aunque es seguro que no quisiera escucharme. Sin embargo yseguí hablando y le conversé de mis gustos literarios, le dije que mi gurú era Albert Camus, que amaba aquel tono poético de García Márquez en sus novelas fantásticas, que estaba leyendo a Vargas Llosa, que a Borges no lo había leído y que a Cortázar no lo entendía, que había desistido en la lectura de Rayuela y que mi sueño era fumar y conversar de literatura en algún café de Paris o de Buenos Aires con escritores de verdad, barbados y de voces roncas por el humo. Pero ella para entonces ya estaba dormida y soñaba porque balbuceaba palabras inentendibles y yo me quede mirando la oscuridad casi absoluta, solo interrumpida por un rayo de luz de luna llena que entraba por las claraboyas y que hacia sombras de formas espectrales que de niño me asustaban tanto que no me dejaban dormir.  
Y me quede tranquilo porque la noche siguiente regresaría y podría conversarle más, explayarme con mis conocimientos sobre filosofía y poesía, pero la muy puta se fue y yo desde entonces no he podido leer un rábano, Conversación en la catedral de Vargas Llosa ha quedado abandonado en el veladorcito que tengo al lado de la cama.  
Y ahora empiezo a escribir, porque no queda más, porque ahora compruebo que es mejor escribir así, desolado, triste, nostálgico y solo, encerrado en el apartamento, escuchando bajito a Sabina. Ella se fue, lo sé, pero algo bueno tenía que dejar ¿no? Por lo menos la muy puta me hace escribir a toda marcha, sin reparar en las palabras, me permite un libre flujo de conciencia. 
El apartamento parece abandonado, sucio, desordenado, algo polvoso porque el polvo casi no entra porque no he vuelto abrir la ventana, la cama sin hacer, el colchón pelado que aparece por las esquinas, la ropa fuera del clóset, tirada por el piso, esparcidas en el lecho, fuera del tacho de ropa sucia, siempre fuera  y desordenada, el plato de plástico vacío de comida china, con los bordes aun llenos de grasa, todo está así desde que se fue y espero sin esperanzas que vuelvas, porque también se aprende con el tiempo a esperar sin esperanzas, pero no, ahora debes estar dormida al lado de aquel cabrón que seguramente no sabe nada de nada, que capaz tiene una motocicleta ruidosa donde últimamente has sentado sin escrúpulos tu codiciado trasero y te has sentido más bonita y la reina de este mundo. Otra vez vuelvo a tutearte, son los errores que se cometen cuando uno es principiante y pasa del ella al tú sin darse cuenta.  
Dejo el lapicero acostado sobre el papel herido por las palabras, unos cinco minutos para ir a calentar agua y preparar café. Me gusta tibio, ni frio ni caliente, no creo que ella lo sepa. Por la tarde llamé al cabro de Diego y su mamá me dijo que no estaba, el muy puto nunca está cuando se lo necesita, pero ahora he desistido por completo de aquella posibilidad, prefiero quedarme solo escribiendo como un demente. Y sigo, recuerdo aquel pequeñísimo lunar, cerca de su boca, en la comisura derecha de sus labios, recuerdo también con una extraña sensación en el estomago el lunar aquel en su vientre bajo, puta madre si es como una fotografía que traigo entre ceja y ceja. 
Y ahora está este desorden que ha invadido al cuarto y a mi cuerpo, que me ha ido rayendo la cordura, y ahora deben ser las once y el silencio es absoluto y yo no puedo dejar de imaginarte dormida y desnuda, soñando y susurrando, exhausta y sin ganas, aunque me place pensar que yo no he sido ni seré el primero y único cojudo que se ha quedado así, esperándote vestido y perfumado, o quizás si lo sea, porque quizás yo sea el único pendejo que no comprendió que tu cuerpo resbala por debajo de otros cuerpos, que tu lívido solo aguanta al mismo cuerpo un par de días, quizás tres, máximo una semana. 
Yo bebo el café a cucharadas entre línea y línea mientras pienso y se me tuercen los labios, como un mohín de risa, porque estoy seguro de que para mañana ya habrás olvidado aquel tipo mas grande y mas fuerte que yo y estarás estrenando nueva conquista, besándote con él en el parque o yendo al cine a ver la ultima película de Tom Cruise, tu actor favorito y que te pone caliente si sale sin camisa, o paseándote con él en su auto del año antes de guarecerte en su habitación para empezar lo que verdaderamente importa. Y aquel tipo, que ahora debe estar roncándote cerca de tu oído, no te esperara porque él también habrá cambiado de mina y para entonces la paseará en su imponente y lamparosa moto.   
Y ahora mejor vuelvo a referirme a ti, como al inicio, en tercera persona: recuerdo que la conocí en un bar, de esos de mediana muerte. Bebía una cerveza a pico de botella, porque estaba solo, Dieguito buen muchacho andaba tirándole los perros a una chica aniñadita en un lugar más confortable y había que justificarlo, porque una minita es una minita, hoy y siempre y esas oportunidades no se pueden desaprovechar, como quien dice tirarlas por la borda, y a mi no me quedo más que salir a beber porque era sábado y es triste quedarse en el apartamento ese día y era mejor apostarle a la suerte e ir a cazar musas para inspirarse y empezar a escribir, porque el tiempo se va y uno nada, pura quimeras no más. Como decía bebía una cerveza y prendía el primer cigarro de la noche, cuando me percaté de que alguien se acercaba por atrás y que luego ya estaba frente a mis ojos: era la muy puta, si, con esa carita de santa barata, me pidió fuego para prender su cigarrillo marlboro light y yo le acerque la fosforera a su boca, y preguntó si podía sentarse que estaba sola, que sus amigos la habían dejado abandonada, y yo que iba decir ¿Cómo negarme? Si hasta linda era, con esos cachetes rosaditos, como siempre enternecidos, le dije que se sentará y le pedí otra cerveza, no light porque mucha plata no había, sino que normalita no más, y conversamos y creo que es la única vez que me escuchó, porque andaba debía andar con ganas de no irse sola a la cama. Y hablamos, le conversé de mis gustos por la música bohemia y trovera, que me gustaba el Joaco Sabina, Serrat y Silvio Rodríguez, le aseguré, que quería ser escritor pero que no había escrito una sola línea. Y me escucho, juro que me escuchaba, incluso me miraba por el trasluz del humo del tabaco, y bebíamos, y Dieguito buen muchacho debía estarse revolcándose en una cama bien puesta, de algodones y cubrecamas lujosas que en ese momento no servían para nada, y yo empezaba a encontrar en los ojos de la muy puta esa sensación de saberse muy cerca de una conquista, y las voces se hacían mas difusas, la música más lejana, y había que hablarnos al oído, había que mirarse a los ojos a dos centímetros de nuestras bocas, y los movimientos eran mas torpes, más frenéticos y más libres y desinhibidos.  
Nos echaron del bar a las tres de la madrugada, casi borrachos, sosteniéndonos en un ínfimo hilo de sobriedad, de conciencia, y sin tapujos, adivinando lo que venía, le pregunté si quería seguir bebiendo conmigo en mi apartamento y aceptó, porque insisto, andaba con ganas. Y no bebimos más, bastó con trasponer la puerta, para apretarla contra mi cuerpo y besarla con pasión desmedida,  para guiarla a la cama y desnudarla sin precauciones y hacerle el amor sin premeditaciones, sin tiempo a pensar, y después todo es una masa de recuerdos envolventes, de uñas contra la espalda, de cuerpos pegajosos de sudor porque nadie se acordó de abrir la ventana, de miradas con besos, de percibir alientos con olor a cerveza y tabaco, y después dormir, quedarse dormido sin fuerzas y despertarse con una sensación de irrealidad a la mañana siguiente y no hallarla, y caer en la cuenta que se ha ido sin dejar rastro, sin llevarse nada mas que su cuerpo y a la vez todo.  
Y esa noche la esperé con incertidumbre y llegó a las ocho de la noche. Tocaron la puerta y supe que era ella y otra vez lo mismo: los cuerpos, la desnudez, el despojo de las vergüenzas, el reconocimiento de los sentidos en su máxima expresión, después me veo hablándole de Literatura como si pudiera escucharme, como si pudiera entenderme. Se fue por la mañana y esta vez pude verla partir, quizás para siempre, porque el corazón siempre espera el regreso inverosímil, aunque sea muy puta ¡que regresé! Se fue, si se fue, se vistió enfrente de mí y me dijo “chao”, sin más, sin un beso en la frente, en la boca, en la mejilla, igual tuve el valor de esperarla pero no volvió y me quede bañado y rociado de perfume barato. 
Y diego buen muchacho me visita días después, y yo le cuento y él se ríe como diciéndome: ¡no puedes pensar en una mujer así, se fue y punto! Y me explica que ella es una mujer adicta al sexo, que le encanta, una ninfomaníaca, asegura, y se ríe, porque él es el hombre de la experiencia, un picaflor, un Don Juan, alto y simétrico, mi amigo, él que no se enamora y yo tan diferente. Me dice que si la conoce, que la ha visto dando espectáculos públicos, besándose con varios hombres en una misma fiesta, yéndose en un taxi con uno de ellos, volviendo con él, yéndose de nuevo con otro ya entrada la madrugada. Chuta madre, se lamenta, ¿Cómo puedes pensar en ella? Y me dice que él es mi amigo y que por eso conseguirá el numero de la muy putona para que la llamé, para que me desencante. Al día siguiente llama y me lo da.                         
Detengo la escritura porque los recuerdos hay que respirarlos, y fumó y me acuerdo de que ya no hay cervezas en la refrigeradora, que habrá que llamar a Diego buen muchacho para que venga y se ponga aunque sea media jabaaunque va a ser difícil, no ve que este pendejo ya olvidó a la aniñadita y ahora anda con otra, de clase media no más la muchacha, según me dijo, pero eso si bien puesta. Y ahora tomo el papel donde esta anotado el número de la muy puta y que me ha estado tentando desde hace un par de días y lo estrujó con furia en mi mano derecha, mientras escribo con la izquierda, ahora paro de escribirdestrozó el papel en pedacitos y lo tiró al piso. Veo el reloj y marca la medianoche, ¡carajo y estas horas las más difíciles de sobrellevar! ¡Puta madre! ¿Y por qué me acuerdo de la muy puta aquella? Pienso y la imagino después de algunos años, no mejor prefiero tutearte, aunque no leas esto que es por gusto, igual te tuteo para imaginarme que estas aquí escuchándome y empiezo: ojala que no se te caigan los senos enhiestos que tienes, que no se te ablande ni agriete el trasero no afectado aun por la gravedad, que no se te arrugue la piel, que no se te abulte la barriga para que los hombres, altos, fuertes, simétricos, se vuelvan a mirarte, para que se muerdan los labios, llenos de deseo, para que te inviten asentar tu trasero en un confortable asiento de un Mercedes, para que irgas el trasero en una Kawasaki, pero si ocurre todo lo contrario y se te deforma el cuerpo, y si la gravedad te pasa factura, tendrás que conformarte con hombres como yo, de bares de mediana muerte para abajo, bohemios, escritores desconocidos, cantantes de poca monta, poetas anónimos que seguro te escucharan y te hablaran emocionados de sus vidas, como aquella vez cuando quedaste sola porque tus amigos se olvidaron de ti, pero si te vas a la primera o segunda noche estarás completamente sola, porque ya no habrá hombres con autos, con motos, con dinero, con todo lo que alguna vez deseaste y que tuviste por los encantos de tu rostro que fue, alguna vez, una mezcla entre angelical y perverso, y ahora yo solo quiero tenerte una vez más en mi habitación, si fuera posible esta noche misma, para desnudarte con más salvajismo, arrancarte la ropa pegada a tú piel, besarte con desafuero, ajustarte contra mi cuerpo, hacerte escuchar los latidos de mi corazón, hacerte el amor donde fuere, como un demente, mirarte a los ojos, decirte que te quedes, que no me importa que se te caiga todo con el paso del tiempo, que no me importa lo muy puta que hayas sido, que te quedes solamente para escribir como un desalmado, para susurrarte versos mientras duermes, para intentar llenar tus vacíos pero no, estoy solo en esta habitación en decadencia, con esta mano que escribe y tiembla, con la madrugada entrando, con esa cama que aun te añora, y tú te estarás despertando sin cargos de conciencia, yéndote del departamento lujoso en que has pasado la noche, olvidándote de el hombre que ha quedado dormido satisfecho… y no me importa ¡vuelve, maldita sea, que yo te recibo!                             

3 comentarios:

  1. Certera y degustable prosa.
    Persevera.

    Saludos.

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  2. Hola, Carlos, vengo a retribuirte tu (por cierto, silenciosa) visita.
    Éste es el texto que más me gustó de los que leí, posiblemente porque mi 'fuerte' sea la narración, y me sienta identificado con este estilo.
    Te dejo un abrazo.
    HD

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